«En 1696, acuciado por sus deudas con los prestamistas, el Rey Guillermo III de Inglaterra pidió a sus ministros que buscaran una manera de acrecentar los ingresos del Estado. La solución que éstos aportaron fue la creación de un nuevo impuesto (efectivamente, eran tan lumbreras como los de hoy), pero como ya se cobraba por casi todo lo que en aquella época se podía cobrar, a uno de ellos se le ocurrió gravar el aire y la luz del sol. Así nació el ‘window tax‘, el impuesto de las ventanas, que obligaba a los propietarios a abonar unos chelines por cada ventana que tuviera su casa. ¿Le suena a algo la historia? Pues siga leyendo.
A ojos de un político de hoy, el impuesto podía entenderse como progresivo y hasta redistribuidor de la riqueza. Como es lógico, pagaban más quienes más ventanas tenían, es decir, quienes tenían las casas más grandes, o sea, los más ricos. A los palacios, además, se les gravaba con tasas adicionales según el mismo baremo de consumo de sol y luz.
El resultado, sin embargo, fue el contrario al esperado por el Rey…»
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